Aunque a lo largo de los años he realizado viajes por muchos motivos, jamás había realizado uno con la finalidad de encontrar una flor. Y eso fue lo que un día me propuso Christopher Witty, experto conocedor de Nepal y de su flora salvaje. A sus 69 años de edad Witty seguía manteniendo viva la ilusión de encontrar la Amapola azul (Meconopsis horridula), la más misteriosa de las flores del Himalaya. Algo que se le había escapado en sus cinco anteriores viajes a la cordillera más elevada del planeta. Esta pariente de nuestras rojas amapolas tan sólo vive entre los 3600 y los 5400 metros de altitud tan sólo florece cuando los monzones se abaten sobre esas montañas. Para este sexto intento Witty había planeado explorar a pie la Annapurna Conservation Area, uno de los 34 Biodiversity Hotspots del planeta. Serían más de 300 kilómetros a pie, con un desnivel acumulado de alrededor de 9000 metros.
Durante los monzones, nubes y nieblas cubren valles y montañas, los ríos van crecidos y algunos senderos son destruidos por desprendimientos de tierra. Sin embargo, los bosques y prados se muestran de un verde lujuriante con flores por doquier: Orquídeas, prímulas, saxifragas, rododendros, androsaces, potentillas…
Equipados con mochilas estancas y vestimenta impermeable los primeros días remontamos la garganta del río Marsyandi tapizada de selvas tropicales, campos de arroz y saltos de agua. Habíamos dejado atrás el mundo moderno y andábamos a través de pueblos sin automóviles ni electricidad, y donde los campos aún se labran con bueyes.
A partir de los 3000 metros de altitud el cuerpo humano empieza a sentir las consecuencias de la menor cantidad de oxígeno en el aire. La floración más abundante la encontramos entre los 4000 y los 5000 metros de altitud. El doceavo día, a 4300 metros y bajo una fina descubrimos las primeras Amapolas azules: el color de sus pétalos translúcidos es imposible de describir o de captar en una fotografía.
Durante los días siguientes y hasta los 5000 metros, encontraríamos algunos pocos ejemplares más, además de otras raras especies propias de las mayores altitudes. Cuando, jadeando por la altitud y helados por una insidiosa nevada, superamos los 5416 metros del collado de Thorung La, no podíamos estar más exhaustos ni contentos. Más allá se extendían los áridos valles de Mustang y la garganta del río Khali Gandaki. Aún nos quedaban once días de camino, pero lo haríamos con la satisfacción de haber cumplido nuestro objetivo y de haber superado las dificultades que estas montañas imponen a quienes se atreven a recorrerlas.